En la tradición maya Itzamná era una escriba, deidad del conocimiento; pero también conectada a algunas cosas místicas más puntuales como predecir el futuro y la capacidad de ver cosas que normalmente no se pueden ver. Se representa a menudo como una serpiente submarina de dos cabezas, un caimán, o una mezcla: el reptil Itzamná al que los arqueólogos se refieren a veces como el Monstruo de la Tierra.

Sus dos cabezas representan la dualidad de contrarios cósmicos cuya armonía hace posible la vida; es a la vez uno y cuatro, hay un Itzamná en cada rumbo. El papel dado al caimán en la época clásica maya era la entrada al inframundo, el caimán constituye los tres niveles cósmicos y su cuerpo funge como camino entre ellos. Hablar de Itzamná implica referirse a la tierra que pisamos, al agua tanto del inframundo como celeste, de los ríos y lagos.